TALLER
SOBRE EL EGOÍSMO:
A. Primera parte: entre el yo y
los otros
Se
expone la pregunta, se la da a cada persona un papel para escribir la respuesta
personal. Al cabo de uno o dos minutos se hace una ronda de lectura de las
mismas, poniéndolas en común. Aprovechamos para reflexionar sobre lo que otros
han respondido. ¿Hemos descubierto semejanzas o diferencias respecto a las
vivencias de los demás?
1. DESCRIBE UNA SITUACIÓN EN LA
QUE HAYAS DESEADO OLVIDARTE DE TI MISMO/A, QUE TE HAYAS CANSADO DE SER PRESA DE
TUS PENSAMIENTOS, EMOCIONES, QUE HAYAS NECESITADO DISTANCIARTE DE TI MISMO/A.
2. DESCRIBE UNA SITUACIÓN EN LA
QUE HAYAS CONSEGUIDO TOMAR ESA DISTANCIA, QUE HAYAS SIDO CAPAZ DE RELATIVIZAR
LA IMPORTANCIA QUE TE CONCEDES A TI MISMO/A.
3. ¿CÓMO ESTÁS SEGURO/A DE QUE
REALMENTE NO FUE UNA HUIDA DE TI MISMO A LA QUE TE LLEVÓ TU FALTA DE AMOR
PROPIO?
4. DESCRIBE UNA SITUACIÓN EN LA
QUE HAYAS NECESITADO RECOGERTE EN TI MISMO/A EVITANDO EL BULLICIO Y LA
PRESENCIA AJENA.
5. DESCRIBE UNA SITUACIÓN EN LA
QUE HAYAS ALCANZADO BIENESTAR DESPUÉS DE MEDITAR, O ESTAR SOLO/A, CERRAR LA
PUERTA Y NO VER A NADIE POR UN TIEMPO.
6. ¿CÓMO ESTÁS SEGURO/A DE QUE
REALMENTE NO FUE UN AISLAMIENTO, UN DESPRECIO HACIA LOS DEMÁS, UN
DISTANCIAMIENTO DE LOS OTROS?
7. ¿QUÉ CREES QUE QUEREMOS
INSINUAR CON ESTAS PREGUNTAS? ¿QUÉ DESLIZAMIENTOS SE ESTÁN SUGIRIENDO ENTRE EL
YO Y LOS OTROS?
B. Segunda parte: el arte de
restarse importancia a uno mismo/a
Recordemos
las respuestas que dimos entre tod@s a la pregunta número 2.
Imagina
una flecha que sale de ti en dirección hacia el exterior. ¿Qué destinos puede
tener esa flecha, hacia dónde puede dirigirse una vez abandona el “ego”?
El
destino ético
“La presencia del rostro que viene de más
allá del mundo, pero que me compromete en la fraternidad humana, no me abruma
como una esencia numinosa que hace temblar y se hace temer. Ser en relación,
absolviéndose de esa relación, es hablar. El Otro no aparece solamente en su
rostro, como un fenómeno sometido a la acción y la dominación de una libertad.
Infinitamente alejado de la misma relación en la que entra, se presenta allí de
pronto como absoluto. El Yo se desprende de la relación, pero en el seno de una
relación con un ser absolutamente separado. El rostro en el que el otro se
vuelve hacia mí, no se reabsorbe en la representación del rostro. Escuchar su
miseria que pide justicia no consiste en representarse una imagen, sino en
ponerse como responsable, a la vez como más y como menos que el ser que
presenta en el rostro. Menos, porque el rostro me recuerda mis obligaciones y
me juzga. El ser que se presenta en él viene de una dimensión de altura,
dimensión de la trascendencia en la que puede presentarse como un extranjero,
sin oponerse a mí, como obstáculo o enemigo. Más, porque mi posición de yo
consiste en responder a esta miseria esencial de otro, en descubrirme recursos.
El Otro que me domina en su trascendencia es también el extranjero, la viuda, y
el huérfano con los cuales estoy obligado.”
E. Levinas. Totalidad e infinito. 1977
El
destino cósmico
Dos cosas llenan el ámbito de admiración y
respeto, siempre nuevos y crecientes, cuanto con más frecuencia y aplicación se
ocupa de ellas la reflexión: el
cielo estrellado sobre mí y la ley moral en mí. Ambas cosas no he de buscarlas y como conjeturarlas, cual si
estuvieran envueltas en oscuridades, en lo trascendente fuera de mi horizonte;
ante mí las veo y las enlazo inmediatamente con la consciencia de mi
existencia. La primera empieza en el lugar que yo ocupo en el mundo exterior
sensible y ensancha la conexión en que me encuentro con magnitud incalculable
de mundos sobre mundos y sistemas de sistemas, en los ilimitados tiempos de su
periódico movimiento, de su comienzo y su duración. La segunda empieza en mi
invisible yo, en mi personalidad, y me expone en un mundo que tiene verdadera
infinidad, pero sólo penetrable por el entendimiento y con el cual me reconozco
(y por ende también con todos aquellos mundos visibles) en una conexión
universal y necesaria, no sólo contingente como en aquel otro. El primer
espectáculo de una innumerable multitud de mundos aniquila, por decirlo así, mi
importancia como criatura animal que tiene que devolver al planeta (un mero
punto en el universo) la materia de que fue hecho después de haber sido
provisto (no se sabe aún cómo) por un corto tiempo, de fuerza vital. El
segundo, en cambio, eleva mi valor como inteligencia infinitamente por medio de
mi personalidad, en la cual la ley moral me descubre una vida independiente de
la animalidad y aún de todo el mundo sensible, al menos en cuanto se puede
inferir de la determinación conforme a un fin que recibe mi existencia por esa
ley que no está limitada a condiciones y límites de esta vida, sino que va a lo
infinito.
Kant. Crítica de la razón práctica. 1788
Entre
religión y mística: el destino que se aleja del mundo o que integra el mundo.
[…] Por lo tanto, mucho más que cualquier
objeto determinado, lo que esencialmente caracteriza a la voluntad humana es la
conciencia de la radical insuficiencia de la propia capacidad de acción para hacer
realidad no sólo ciertas esperanzas, sino metas muy elementales: la vida, la
salud, la alimentación, estar con otros. Los seres humanos anticipan como
posibles las desgracias con que animales de otras especies tan sólo se
enfrentan cuando tienen lugar, de modo que durante toda la vida tienen
conciencia de la tensión entre una realización y una decepción de las que no
son responsables y, en consecuencia, temen siempre frustraciones y desgracias.
Ante todo, por supuesto, la muerte: la propia y la de quienes están cerca.
En la historia de la humanidad, se ha
emprendido dos caminos para calmar el dolor que supone ese estado: justamente
los caminos de la religión y de la mística. Una y otra interpretan en forma
diferente, incluso contrapuesta, la relación de los seres humanos con el
universo numinoso. El camino místico consiste en relativizar o incluso negar la
importancia que tienen para uno los propios deseos. Se trata, pues, de transformar la comprensión
de sí mismo. El camino religioso, en
cambio, consiste en dejar los deseos como están y, en lugar de transformarlos,
realizar una transformación del mundo mediante una proyección de deseos: el
poder que envuelve a los humanos es
condensado en seres discretos de cuya actuación puede uno imaginarse que dependen
la suerte y la desgracia propias, seres vistos como poderes sobre los que se
puede ejercer influencia.
Ernst Tugendhat. Egocentricidad y mística. Un estudio
antropológico. 1997