viernes, 7 de febrero de 2014

El egoísmo II. Destinos no egóticos.






TALLER SOBRE EL EGOÍSMO:

A.   Primera parte: entre el yo y los otros

Se expone la pregunta, se la da a cada persona un papel para escribir la respuesta personal. Al cabo de uno o dos minutos se hace una ronda de lectura de las mismas, poniéndolas en común. Aprovechamos para reflexionar sobre lo que otros han respondido. ¿Hemos descubierto semejanzas o diferencias respecto a las vivencias de los demás?
1.       DESCRIBE UNA SITUACIÓN EN LA QUE HAYAS DESEADO OLVIDARTE DE TI MISMO/A, QUE TE HAYAS CANSADO DE SER PRESA DE TUS PENSAMIENTOS, EMOCIONES, QUE HAYAS NECESITADO DISTANCIARTE DE TI MISMO/A.

2.       DESCRIBE UNA SITUACIÓN EN LA QUE HAYAS CONSEGUIDO TOMAR ESA DISTANCIA, QUE HAYAS SIDO CAPAZ DE RELATIVIZAR LA IMPORTANCIA QUE TE CONCEDES A TI MISMO/A.

3.       ¿CÓMO ESTÁS SEGURO/A DE QUE REALMENTE NO FUE UNA HUIDA DE TI MISMO A LA QUE TE LLEVÓ TU FALTA DE AMOR PROPIO?

4.       DESCRIBE UNA SITUACIÓN EN LA QUE HAYAS NECESITADO RECOGERTE EN TI MISMO/A EVITANDO EL BULLICIO Y LA PRESENCIA AJENA. 

5.       DESCRIBE UNA SITUACIÓN EN LA QUE HAYAS ALCANZADO BIENESTAR DESPUÉS DE MEDITAR, O ESTAR SOLO/A, CERRAR LA PUERTA Y NO VER A NADIE POR UN TIEMPO.

6.       ¿CÓMO ESTÁS SEGURO/A DE QUE REALMENTE NO FUE UN AISLAMIENTO, UN DESPRECIO HACIA LOS DEMÁS, UN DISTANCIAMIENTO DE LOS OTROS?

7.       ¿QUÉ CREES QUE QUEREMOS INSINUAR CON ESTAS PREGUNTAS? ¿QUÉ DESLIZAMIENTOS SE ESTÁN SUGIRIENDO ENTRE EL YO Y LOS OTROS?






B.    Segunda parte: el arte de restarse importancia a uno mismo/a

Recordemos las respuestas que dimos entre tod@s a la pregunta número 2.
Imagina una flecha que sale de ti en dirección hacia el exterior. ¿Qué destinos puede tener esa flecha, hacia dónde puede dirigirse una vez abandona el “ego”?


El destino ético

La presencia del rostro que viene de más allá del mundo, pero que me compromete en la fraternidad humana, no me abruma como una esencia numinosa que hace temblar y se hace temer. Ser en relación, absolviéndose de esa relación, es hablar. El Otro no aparece solamente en su rostro, como un fenómeno sometido a la acción y la dominación de una libertad. Infinitamente alejado de la misma relación en la que entra, se presenta allí de pronto como absoluto. El Yo se desprende de la relación, pero en el seno de una relación con un ser absolutamente separado. El rostro en el que el otro se vuelve hacia mí, no se reabsorbe en la representación del rostro. Escuchar su miseria que pide justicia no consiste en representarse una imagen, sino en ponerse como responsable, a la vez como más y como menos que el ser que presenta en el rostro. Menos, porque el rostro me recuerda mis obligaciones y me juzga. El ser que se presenta en él viene de una dimensión de altura, dimensión de la trascendencia en la que puede presentarse como un extranjero, sin oponerse a mí, como obstáculo o enemigo. Más, porque mi posición de yo consiste en responder a esta miseria esencial de otro, en descubrirme recursos. El Otro que me domina en su trascendencia es también el extranjero, la viuda, y el huérfano con los cuales estoy obligado.

E. Levinas. Totalidad e infinito. 1977




  



El destino cósmico

Dos cosas llenan el ámbito de admiración y respeto, siempre nuevos y crecientes, cuanto con más frecuencia y aplicación se ocupa de ellas la reflexión: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral en mí. Ambas cosas no he de buscarlas y como conjeturarlas, cual si estuvieran envueltas en oscuridades, en lo trascendente fuera de mi horizonte; ante mí las veo y las enlazo inmediatamente con la consciencia de mi existencia. La primera empieza en el lugar que yo ocupo en el mundo exterior sensible y ensancha la conexión en que me encuentro con magnitud incalculable de mundos sobre mundos y sistemas de sistemas, en los ilimitados tiempos de su periódico movimiento, de su comienzo y su duración. La segunda empieza en mi invisible yo, en mi personalidad, y me expone en un mundo que tiene verdadera infinidad, pero sólo penetrable por el entendimiento y con el cual me reconozco (y por ende también con todos aquellos mundos visibles) en una conexión universal y necesaria, no sólo contingente como en aquel otro. El primer espectáculo de una innumerable multitud de mundos aniquila, por decirlo así, mi importancia como criatura animal que tiene que devolver al planeta (un mero punto en el universo) la materia de que fue hecho después de haber sido provisto (no se sabe aún cómo) por un corto tiempo, de fuerza vital. El segundo, en cambio, eleva mi valor como inteligencia infinitamente por medio de mi personalidad, en la cual la ley moral me descubre una vida independiente de la animalidad y aún de todo el mundo sensible, al menos en cuanto se puede inferir de la determinación conforme a un fin que recibe mi existencia por esa ley que no está limitada a condiciones y límites de esta vida, sino que va a lo infinito.

Kant. Crítica de la razón práctica. 1788









Entre religión y mística: el destino que se aleja del mundo o que integra el mundo.

[…] Por lo tanto, mucho más que cualquier objeto determinado, lo que esencialmente caracteriza a la voluntad humana es la conciencia de la radical insuficiencia de la propia capacidad de acción para hacer realidad no sólo ciertas esperanzas, sino metas muy elementales: la vida, la salud, la alimentación, estar con otros. Los seres humanos anticipan como posibles las desgracias con que animales de otras especies tan sólo se enfrentan cuando tienen lugar, de modo que durante toda la vida tienen conciencia de la tensión entre una realización y una decepción de las que no son responsables y, en consecuencia, temen siempre frustraciones y desgracias. Ante todo, por supuesto, la muerte: la propia y la de quienes están cerca.
En la historia de la humanidad, se ha emprendido dos caminos para calmar el dolor que supone ese estado: justamente los caminos de la religión y de la mística. Una y otra interpretan en forma diferente, incluso contrapuesta, la relación de los seres humanos con el universo numinoso. El camino místico consiste en relativizar o incluso negar la importancia que tienen para uno los propios deseos. Se trata, pues, de transformar la comprensión de sí mismo. El camino religioso, en cambio, consiste en dejar los deseos como están y, en lugar de transformarlos, realizar una transformación del mundo mediante una proyección de deseos: el poder que envuelve  a los humanos es condensado en seres discretos de cuya actuación puede uno imaginarse que dependen la suerte y la desgracia propias, seres vistos como poderes sobre los que se puede ejercer influencia.

Ernst Tugendhat. Egocentricidad y mística. Un estudio antropológico. 1997






¡Sí, hemos vuelto a la carga! 
Esta vez nos hemos desplazado al Centro Nadanta, enfrente del teatro Calderón y nos vemos los terceros domingos de cada mes a las 5. 
Más adelante, cuando venga el buen tiempo, plantearemos paseos filosóficos por algún hermoso parque de la ciudad. Os mantendremos informados. 

Por el momento hemos hablado del egoísmo, en dos partes: una para sentar las bases teórico-filosóficas desde distintos ámbitos del pensamiento (la biología, la psicología y la teoría política), otra en formato taller para explorar las flechas que nos atraviesan y se dirigen hacia un enfoque no egótico (las de la religión y la mística).

En febrero no hay un tema definido porque estaré fuera de la ciudad todo el mes, pero en marzo ya hemos decidido que hablaremos sobre "El Carnaval".
¿Te animas, verdad? 

El egoísmo I. Visiones caleidoscópicas.






EL EGOÍSMO EN LA BIOLOGÍA

Entre los rasgos que nos distinguen de los otros animales destaca nuestra biología social, que aunque se encuentra también en los primates, en el caso del Homo sapiens tiene un alto grado de cooperación entre los individuos. Parece de sentido común que, puesto que la biología social tiene lugar en el seno de los grupos, ésta evolución social humana se deba al mecanismo de la selección grupal y no al individual. Pero la teoría neodarwinista no puede aceptar la selección entre grupos puesto que los mecanismos de mutaciones genéticas, que desencadenan la adaptación a nuevas situaciones y la posterior selección natural, se dan en el individuo y no tienen ningún sentido aplicarlo al grupo.  ¿Cómo explicar mutaciones adaptativas beneficiosas para los grupos pero perjudiciales para los individuos, como serían los comportamientos altruistas? Qué duda cabe que muchas veces los comportamientos altruistas en los que un individuo se sacrifica en aras de la seguridad de su familia, tribu, grupo social, etc, resultan más rentables para la supervivencia del grupo que un comportamiento egoísta de cada miembro, pero ¿cómo explicarlo al nivel individual desde el punto de vista de la teoría de la evolución?
Diversos autores, desde la sociobiología, han tratado de mostrar que el comportamiento altruista es en realidad muy egoísta en términos de éxito reproductivo. Al favorecer la supervivencia de los descendientes propios y de los de los parientes cercanos, el altruista se está asegurando que sus genes se transmitan. La selección familiar se postula en estudios de Haldane o Richard Dawkins, autor de la polémica obra El gen egoísta (1976). Según este último, los individuos son el medio del que se valen los genes para perpetuarse, para lo cual no dudarán en sacrificar a sus portadores en su propio beneficio, lo cual explicaría el altruismo en la naturaleza. La principal objeción que se plantea a esta teoría es que no sirve para explicar los comportamientos altruistas entre individuos no cosanguíneos. También precisa de importantes matizaciones para entender la existencia de la homosexualidad.
La teoría matemática de juegos permite a John Maynard ofrecer una explicación que saca a la sociobiología del atolladero. Ha desarrollado modelos que representan estrategias evolutivas estables, es decir, aquellas que confieren la máxima eficacia biológica al que las practica en los combates. Sus cálculos le han permitido demostrar que la más eficaz es una estrategia mixta según la cual unas veces  convendrá actuar de modo incruento y respetando las normas y otras todo lo contrario. La conclusión que se extrae es que la cooperación puede resultar a veces rentable aunque los individuos no sean por naturaleza altruistas, es decir, que se da un uso instrumental de la cooperación por parte del egoísmo connatural del individuo.



Extraído de Juan Luis Arsuaga. “Egoísmo y altruismo” en  El enigma de la esfinge. (2001)  


EL EGOÍSMO EN LA PSICOLOGÍA



Piaget, en su obra Seis estudios de psicología (1964) establece las bases de su teoría psicológica estructuralista para explicar las fases del desarrollo del niño. A modo de resumen, establece varias fases por las que va pasando el niño en unos márgenes de edades aproximados. Cada fase ha pasado por una serie de procesos que mantiene la unidad en el paso por las diferentes fases. Cada construcción ha descentrado el punto de vista egocéntrico del principio para situarlo en una coordinación cada vez más amplia de relaciones y nociones. De forma paralela, la afectividad se ha liberado poco a poco del yo, para llegar a ser cada vez más cooperativa gracias a la reciprocidad y a la coordinación de valores.

Kolhberg define los estadios morales que atraviesa el niño en su maduración hacia la adolescencia de la siguiente manera:
I Nivel preconvencional: El niño es receptivo a las normas culturales y a las etiquetas de bueno y malo, justo e injusto, pero interpreta estas etiquetas en función  bien sea de las consecuencias físicas o hedonistas de la acción (castigo, recompensa, intercambio de favores) o en función del poder físico de aquellos que emiten las normas y etiquetas.
II Nivel convencional: se considera que mantener las expectativas de la familia, el grupo o nación del individuo es algo valioso en sí mismo. La actitud no es solamente de conformidad con las expectativas personales y el orden social, sino de lealtad hacia él, de mantenimiento, apoyo y justificación activos del orden y de identificación con las personas o el grupo que en él participan.
III Nivel postconvencional, autónomo o de principios: hay un esfuerzo por definir los valores y los principios morales, que tienen validez y aplicación con independencia de la autoridad de los grupos o personas que mantienen tales principios y con independencia de la identificación del individuo con tales grupos. Los dos estadios de este nivel son la orientación legalista, socio-contractualista y la orientación de principios éticos universales. Este último define la justicia según los principios éticos que la conciencia misma ha elegido y que pretenden tener un carácter de amplitud, universalidad y consistencia lógicas.  

            Kolhberg. La filosofía del desarrollo moral. Estadios morales y la idea de justicia. (1981)


EL EGOÍSMO EN EL PACTO DEL CONTRATO SOCIAL

[…] Los hombres no derivan placer alguno (sino antes bien, considerable pesar) de estar juntos allí donde no hay poder capaz de imponer respeto a todos ellos.  Pues cada hombre se cuida de que su compañero le valore a la altura que se coloca él mismo. […] Por ello, antes del tiempo de la sociedad civil, o en la interrupción del mismo por la guerra, no hay nada que pueda fortalecer un convenio de paz acordado contra las tentaciones de avaricia, ambición, lujuria, y otro deseo fuerte, salvo el temor a aquel poder invisible que cada uno de ellos venera como Dios y teme como vengador de su perfidia.

                                                                                  Thomas Hobbes. Leviatán.(1651)

Como la razón no exige nada que sea contrario a la naturaleza, exige, por consiguiente, que cada cual se ame a sí mismo, busque su utilidad propia, apetezca todo aquello que conduce realmente al hombre a una perfección mayor, y, en términos absolutos, que cada cual se esfuerce cuanto está en su mano por conservar su ser. […] los hombres que se gobiernan por la razón, es decir, los hombres que buscan utilidad bajo la guía de la razón, no apetecen para sí nada que no deseen para los demás hombres […]

                                                                                   Spinoza. Ética.(1677)


La garantía de la paz perpetua a hallamos nada menos que en ese gran artista llamado Naturaleza. En su curso mecánico se advierte en las disensiones humanas, aún contra la voluntad del hombre, armonías y concordia. […] El mecanismo, pues, de la Naturaleza, las inclinaciones egoístas que en modo natural se oponen unas a otras y se hostilizan exteriormente, son el medio de que la razón puede valerse para conseguir su fin propio, el precepto jurídico.
                                                                                  Kant. La paz perpetua.(1795)