"Usura: Conducta ruin a
través de la cual cualquier unidad monetaria en manos de su
propietario o creador, deja de tener un valor nominal para tener un
precio, siempre mayor y directamente proporcional a la necesidad
vital de quien lo requiere o no puede crearlo".
Intentaré desarrollar un
hilo argumental partiendo de ciertos mínimos que sean un común
denominador a todos. Para ello utilizaré un vocablo; 'posibilidad'
y sus derivados familiares. Advierto que como tal 'posibilidad', me
veo obligado desde la mínima razón, a admitir que es posible
deshacernos de esta lacra tóxica que es la usura.
Sin embargo, y desde aquí
arranco, pienso que aunque posible es extremadamente poco probable.
En mi ánimo está equivocarme. No pretendo exponer argumentos en
ningún sentido acerca de dicha posibilidad, pues no tengo
conocimiento alguno en materia de astrología, y aún menos de
economía financiera; afortunadamente hay gente que me quiere. Sé
que son oficios diferentes; el astrólogo engaña en su diagnóstico
a cambio de lucrarse ilícitamente de un desgraciado, atiborrándole
con una batería de frases que intuye a priori que su cliente desea
oír, por la cuenta que le trae, teniendo en cuenta la angustia vital
que para entonces ya le ha rebajado a sentarse delante de una bola de
cristal. Para ello el astrólogo recurre a una especie de orgía de
posibilidades, dónde casi todo es posible si se
cumplen un sin fin de otras posibilidades. En alguna
acertará. Por otra parte, el especialista en finanzas, esa especie
de crupier de casino del 'big money' tiene como funciones... vaya,
que coincidencia. En fin.
Aclarado esto, ensillaré
con ánimo de montar, a un conocido caballo de batalla de nuestros
tiempos, luego intentaré deconstruir en sus falaces estructuras al
falso equino. Antes de ensillarlo, reniego de toda fe ciega,
ilusoria, pueril y tal vez políticamente correcta, (confieso que
esto último me chirría), de concebir la idea de deshacernos de la
usura por medios no violentos y desde afuera. Dada su extrema
sensibilidad y directa implicación, me comprometo a hurgar en la
violencia más adelante.
Tampoco dedicaré letra
muerta, a ningún análisis acerca de lo que se está manifestando
con evidencias; esa metamorfosis en la que, lo que hay, mantiene sus
estructuras intactas a cambio de maquillarse. Dicho todo esto, queda
claro que no voy a analizar la obviedad de un sistema dominante, por
considerarla harto conocida. Así, me centraré en el sujeto como
eslabón social y por tanto como motor que ejecuta y mantiene
conductas individuales y colectivas, orgánicas a ese porqué
de la persistencia de este sistema mundo, que en este caso concreto
nos doblega con su usura.
Vamos allá. Mi caballo
perdedor se llama: “Hemos vivido por encima de nuestras
posibilidades”. No apuesten por él. La frase tiene la
obsesiva costumbre de galopar hacia el abismo en el que la
responsabilidad última recae a hombros del ciudadano de a pie."Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades" Todos
somos responsables y por tanto debemos soportar esta crisis con
hidalguía religiosa, en silencio, sin protestar, el sacrificio
humano se inmola en el altar de la trascendencia de algún espíritu
inmortal, con esperanza ciega en un futuro mejor, eso sí, que sea
prometedor. No hay alternativas. Este caballo de batalla de nuestra
clase política dirigente y sus titiriteros, se me antoja un
unicornio en un incendio forestal; me huelo a cuerno quemado.
Bien,
admitamos que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades,
la culpa es nuestra y por tanto nuestra es la responsabilidad.
Admitirlo implica que sólo el sistema financiero, su élite, los
ricos y poderosos, los que mandan y legislan leyes
que nos perjudican,
pueden
decir aquello de que sufren las consecuencias de nuestra torpeza, y
por tanto están disculpados. Son
aquellas 'ovejas enfermizas de Nietzsche',
las que rezan que no son felices y por tanto alguien tiene la culpa,
¿quién?, pues el ciudadano que vive
por encima de sus posibilidades.
Increíble,
pero así lo
parece,
hasta el momento son
los damnificados de la crisis.
Ellos, en consciencia son felices. ¿Pero que pasa con nuestra
felicidad? ¿Acaso no hemos construido una sociedad en la que ser
infelices es sinónimo de fracaso? "¿Somos las ovejas enfermizas de Nietzsche; pues no somos felices y por tanto alguien tiene la culpa?" ¿Quién nos
ha impuesto este formato de sociedad feliz? ¿No
somos acaso parte de ese rebaño de ovejas que sufre por no poder
aceptar el sufrimiento de su infelicidad?
Está claro que como
individuos, somos parte de aquello en lo que nos sentimos reflejados
tanto para bien como para mal. La mirada del otro es el espejo en el
que nos reflejamos. Para mi vecina del 4º soy encantador mientras
que para mi compañero de trabajo soy despreciable pues a él le
gusta mi vecina del 4º, y ella no repara en él. Yo en ninguno de
los dos. Suma y sigue, si tengo dinero puedo ser quien quiero ser,
parecerme a ese otro a quien quiero igualar, pues sé que él es
feliz y yo no quiero ser menos, ser más que él incluso, y no
escatimaré esfuerzos en ser cada vez más feliz, consumiré cosas
que los demás no puedan permitirse, y me admirarán por ello, seré
diferente, y si por ello me odian, tal vez incluso eso me haga feliz
y psicópata a partes iguales.
Si he conseguido el último
teléfono móvil del mercado, me sentiré especial, pero si por ello
pierdo la admiración de la vecina del 4º, será que me he
equivocado en el modelo de la manzana, me sentiré culpable y la
posterior angustia desencadenará un displacer insoportable, que sólo
podrá ser consolado adquiriendo otro móvil, el de la naranja. Es
decir, hemos creado una sociedad del placer, en la que estamos
condenados a gozar siendo capaces de procurarnos placer. Pero el
fetiche de la felicidad efímera y al alcance de la mano, no da
tregua, aparecerá la versión plus de nuestro recientemente
anticuado móvil, la oferta caduca en cinco días, y sentiremos
displacer, y vuelta a empezar, más de lo mismo, consumir más y más
rápido. ¿Alguna vez os habéis preguntado por qué los seriales de
televisión tienen ese socorrido y rentable formato en que Él y Ella,
coexisten demasiado cerca para el inevitable roce, pero sus
profesiones, sus problemas, sus angustias personales apenas le dejan
tiempo para intentarlo? Es el mito de la continua seducción, se
trata del placer de recorrer ese camino y no llegar nunca pues, la
ilusión se desvanece, y ya conquistado ese objeto de culto,
necesitaremos otro nuevo, un nuevo deseo.
Las religiones han
alimentado a ese 'sujeto diferente', ese 'ser especial', 'distinto',
ese 'nunca morir', la 'inmortalidad del espíritu', esa falsa
trascendencia hacia eternidades de las que ningún muerto ha dado fe,
por cierto. No es lo mismo ni merece trato comparable un hombre de
férreas convicciones morales y valores religiosos que un simple ateo
por ejemplo, de dudoso proceder moral y escaso en valores. Ahí están
las instituciones religiosas enquistadas en las órbitas más
cercanas al poder y la riqueza. Recientemente, su silencio cómplice
ante la crisis es ensordecedor. Pero también la ciencia, el progreso
y la tecnología nos han deshumanizado. Nos han servido a unos más
que a otros, cual seres especiales, diferentes, no han sabido
mantener unos mínimos de igualdad. Quién no recuerda aquellas
frases publicitarias que proclaman: “Yo no soy tonto, compro en tal
sitio...” o aquella modelo de cabellos imposibles que decía
“Porque yo lo valgo...” o “Queremos ser tu banco...” ¿Mi
banco...? o más recientemente esas frases que anuncian cursos para
desempleados, proclamando casi un... “deja de perder el tiempo,
vago, capacítate, prepárate más, ¿quieres ser competitivo...?”.
Bueno, de acuerdo, hasta
aquí casi cualquier lector podrá decirme que somos adultos y
suficientemente sensatos y maduros como para discernir en dónde nos
metemos. Pues bien, tiene usted razón estimado lector, de momento no
he dicho nada que no sea afirmar que hemos vivido por encima de
nuestras posibilidades. Pero, ¿y la infancia? ¿Acaso
nosotros, los equilibrados consumistas compulsivos adultos no fuimos
alguna vez niños? ¿Podemos quitarnos acaso la educación mamada en
nuestra infancia? ¿Podemos acaso dejar de ser lo que nos educaron,
sin más, porque descubrimos de pronto nuestras monstruosidades? Lo
dudo. Mi madre me elegía los pantalones, fuertes y durables, y los
zapatos, y el abrigo para el duro invierno, pero los inventores de la
mercadotecnia hicieron un gran descubrimiento. Un adolescente
cantando en un escenario vendía más moda para satisfacer los deseos
adolescentes que todas las madres juntas. El resto era cuestión de
hacer caja. Esa es la realidad, y ahora el lector convendrá conmigo
que un niño, no es muy maduro para ponerse sus propios límites en
cuanto al consumo."¿Podemos acaso dejar de ser lo que nos educaron, sin más, porque descubrimos de pronto nuestras monstruosidades? Lo dudo." Además ese niño, educado al uso actual en el que
el placer está en hacer lo que le gusta y también en evitar lo que
le disgusta, (voluntad cero), quedará afectado por el síndrome de
Peter Pan, y alcanzará la madurez biológica, y seguirá inmerso en
un infantilismo consumista desmedido. Y si por casualidad no
consigues ser tan feliz como esos pocos que todo lo consiguen sin
tener que pedir créditos, tal vez necesites darte un garbeo por esas
innumerables agencias de turismo que te brindan catálogos y
catálogos de viajes hacia la felicidad, también conocidos como
manuales de autoayuda. Venga chaval, si no eres feliz es porque eres
tonto, tú puedes, te lo mereces. Me estoy acercando...
Sigamos con la infancia.
¿Qué padre no haría lo imposible por dar a su hijo toda felicidad
deseada, por efímera que fuese? Después de todo pasamos poco tiempo
con ellos y en ese escaso margen tenemos que procurar que nos
quieran... ¿Somos padres o nos hemos convertido en proveedores? ¿Son
nuestros niños o nuestros clientes? ¿Qué pasa si no lo hacemos?
Sí, es posible que consigamos un hijo parecido a un punto aislado en
un sistema mundo que sólo le acoge con las 'garras abiertas', pero
¿cuántos padres conocemos que eduquen en un consumo razonable a sus
hijos? Y aún siendo así, ¿estamos garantizando su felicidad? Amar
requiere de mucho tiempo, tiempo vital que no disponemos, pues hay
que pagar las facturas. Tal vez si, o tal vez no. No soy astrólogo
ni vidente, pero observo y sé que un niño, esta vez pobre, aquel
cuyas expectativas de éxito en la vida, nada más nacer son nulas,
es un niño excluido del sistema, es nada, invisible, otro 'nadie' de
Galeano. Ya sé lo que estáis pensando... - Yo no tengo la culpa de
que ese niño esté condenado... - Yo ya hago lo mío educando y
sacando adelante a mis propios niños... - La pobreza ha estado ahí
desde siempre... Pues si, desde siempre el ser humano ha sido
mayoritariamente pobre o exclusivamente rico. ¿No os parece extraño?
¿Por qué cuanto más somos en este planeta, más pobres y excluidos
nacen?
Ahora,
me apeo
del maldito
unicornio
de:
“Hemos
vivido por encima de nuestras posibilidades”.
Y
con
ánimo de cepillarlo a contrapelo, lo
deconstruyo con una sola pregunta. ¿Hemos
vivimos
por encima de nuestras necesidades?
Y empujo; ¿Quién necesita más que otro ser humano? ¿Qué clase de
espécimen humano precisa de más recursos que otro? ¿Tal vez aquel
pobre infeliz a quien le resulta insoportable no poder consumir tan
rápido las modas, como para que la próxima temporada no le
convierta en carroza?
¿Habéis
ido a esos nuevos sitios de orgía culinaria, donde por unos 15
€ comes como un emperador romano? Sí, esos restaurantes chinos; os
recomiendo observar los cubos de deshechos en los que la gente
deposita las sobras de lo que minutos antes se sirvió en su plato. "¿Será que vivimos muy por encima de nuestras necesidades?"
Obscenidad en estado puro, que a mi personalmente me resulta
violento. Si tenéis oportunidad, visionar la película 'El
sirviente', de
Joseph
Losey,
una
crítica social basada en la teoría de Karl
Marx, acerca de que llegaría el día en que la clase trabajadora
dominaría a la clase alta, presa ésta
última de sus excesos. Eso
es lo creo; vivimos
muy
por
encima de nuestras 'necesidades'.
Es más, ninguna fuerza social de derecha o izquierda, con
probabilidad real de gobernar, claro
está, habla
de parar el consumismo letal en el que estamos entrampados. Sí,
entrampados hasta las cejas. Y he aquí el porqué de toda
esta crisis y ese estúpido culto al más y más, más crédito, que
fluya, para que el sujeto consuma otra vez, y así las fábricas
empezarán a contratar a más gente, y todo volverá a ser tan
ilusorio como antes.
A todo esto, claro está, ni
hablar del planeta... aguafiestas. Pero, ¿qué ha pasado con los
culpables? ¿Hay responsables? ¿Quiénes son? Bien, no seamos las
ovejas de Nietzsche. Tenemos responsabilidad en todo esto, desde
luego, pero en esta escala jerárquica, los máximos responsables son
aquellos que sustentaron este esquema presupuestario, los máximos
responsables tienen secretarios dóciles en la clase política que
nos gobierna. ¿Por qué? Porque ellos sabían que detener esa
carnicería cruel e inhumana de consumismo antropófago, era
equivalente a su propia extinción. Son ellos los artífices del
crecimiento perpetuo, nosotros somos simples eslabones de una cadena
de tracción. Tomemos otra vez los vocablos posibilidad
y necesidad; fueron ellos quienes posibilitaron
la ausencia total de límites a nuestras nunca satisfechas
existencias. Era vital, el dinero se crea desde el crédito, dinero
fiduciario, desde la posibilidad de disponer de
crédito. Para ello nuestra insatisfacción debía ser constante,
nuestra felicidad insoportable por efímera y así el crecimiento
perpetuo estaría garantizado.
Pero, la pregunta era:
¿Podemos deshacernos de la usura? Ya dije que lo creo poco probable.
También dije que no creía probable ese cambio desde una actitud de
no violencia. A las pruebas más recientes y dolorosas me remito.
Llevamos cientos de miles de desahucios en España, sin importar a
quien se afectaba, ni qué niños y de qué padres eran los
desahuciados. Asistimos cada día al último golpe de porra policial,
al último atropello contra un manifestante, al último escaparate
destrozado por una piedra o a esa papelera ardiendo. Eso es el
regaliz de la violencia.
Después de toda esta
tragedia humana, producto directo de la usura, sólo la violencia
real ha sido capaz de dar un golpe de timón a este miserable
sistema. La peor de las violencias, la que se ejerce contra uno
mismo, sin contemplaciones, desde la más absoluta falta de egoísmo,
sin matar al otro, excluyéndose a sí mismo del sistema, de la
existencia, quitándose la propia vida. Es vergonzoso, cruel e
inhumano que nuestra clase dirigente haya dado mínimas muestras
estéticas de sensiblería oportunista ante este escenario de
violencia. ¿Acaso la muerte por suicidio de un solo ser humano no es
harto suficiente? Para que la probabilidad de deshacernos de la
usura, que representa el altísimo precio de poder vivir, sea una
posibilidad real, debemos empezar desde adentro.
Esta lata de gusanos sólo
se puede abrir desde su interior. El ser humano tiene un valor único
en esencia, y es el mismo para todos. Desde el momento en que nuestra
humanidad se subasta al mejor postor, para cubrir las mínimas
necesidades humanas, el sujeto queda cosificado, dejamos de tener un
valor y solo nos quedará un precio; precio que para alguien deberá
ser rentable, si de ello pretendemos vivir. ¿Cuánto tiempo
necesitamos los seres humanos para abrir esta lata de gusanos desde
adentro..? Personalmente, no creo que pueda llegar a verlo.